Primer premio concurso de narrativa.

El sábado, día 1 de junio, tras la Eucaristía con la que la Cofradía celebraba la festividad del Corpus, en su Parroquia, se procedió a parte de las fotos presentadas al concurso y a leer la narración ganadora de su concurso.

Seguidamente se dieron los resultados de ambos concursos y se repartieron los premios. 

Los  premios del Concurso de narrativa fueron: Primer premio: Francisco Navarro Villar por su relato titulado "Peces". Puedes descargar la narración en pdf pulsando el enlace. 

El relato dice así: 

  

Hace falta la noche para ver las estrellas

Benjamín Prado

Peces

Somos peces de tierra.

Somos polvo, niebla, viento y sol.

Somos el silencio envenenado de palabras, los rizos de Goya, la parábola de Nayim.

Somos un niño asustado.

Somos Palafox a caballo.

Somos todo y nada, rubios y morenos, calvos y pelirrojos, bajos y no tanto, venidos del oeste o del sur, de pueblos donde aún no se hace la luz, de aldeas donde meter las manos en el río es trasladarte a la Antártida

Y somos parcos en palabras. Dosificamos los afectos, somos hombres torpes y alborotados cuando de hablar de amor se trata, somos mujeres que bailan con los lobos.

El tambor es todo eso y más que eso. Somos un poema escrito a baquetazos, somos el soneto armado con silencios, somos una corneta que suena allá a lo lejos, somos verso libre, somos anacronismo y somos hoy, y seremos mañana.

Tocamos el tambor para reafirmanos. Tocamos el tambor para saber qué somos. Tocamos el tambor para reconocernos en el espejo, para saber qué fuimos, para dibujar lo que seremos.

Tocar el tambor es hacer magia junto al fuego. Las sombras huyen del ruido como los animales al alba. Con el tambor nuestros antepasados se agolpan en las aceras para escucharnos. Creen que no los vemos. Creemos que los sentimos.

Y tocamos en compañía, buscándonos en la mirada del otro, del cofrade de al lado al que seguimos con torpeza. Tocamos juntos porque no podríamos tocar solos. Porque despertar a los muertos, rezar por los que están pero ya no están, necesita de manos doloridas, de nudillos golpeados, de apenas espacio en las calles, de corazones que murmuran al unísono.

Tocamos el tambor, el bombo, el timbal, la corneta de día. La tocamos al caer la tarde y rellenamos de sonidos la noche para que bajo la tierra y sobre la tierra los velos del templo se rasguen y los nuestros sepan que no son apenas un recuerdo.

Sólo la verdad agrieta las paredes. Sólo el sonido acompasado, rítmico, potente, bravo de bombos y tambores rasca la pintura de que se recubre el sueño y nos despierta, nos mantiene vivos, nos recuerda que hace más de dos mil años alguien murió por nosotros.

Somos lobos hambrientos que nos reconocemos en las calles. Somos animales que hablamos un mismo lenguaje, que nos unimos en el redoble, que buscamos respuestas a una única pregunta, que derretimos el hielo al calor del Viernes Santo.

Somos tambor, nada menos, nada más. Bombo, somos piel de ternero que aúlla en el desierto. Somos corneta que rompe la madrugada. Somos matraca, sonido de madera, la piel contra la piedra, remedos de la historia.

Somos bombo, tambor, corneta, timbal porque somos inmortales. Somos un lenguaje cifrado que los cofrades maleamos hasta encender el fuego.

Somos peces de tierra que tocan el tambor para despertar al cielo. Lo demás es el silencio.

NOTA: Acompañan este artículo las tres fotos ganadoras del concurso de fotografía de Eduardo Bueso Sanz, Alberto Olmo Gracia y Javier Puyo Tineo.  

 
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