San Juan. El apóstol del amor.

Es mucho más joven que Andrés, a quién acompañaba por el Jordán siguiendo a Juan el  Bautista. Probablemente superara en poco la veintena, pero era un recio mozo acostumbrado desde muy joven a la pesca. Su juventud, también le proporciona una curiosidad impetuosa, un carácter impulsivo, casi violento, como el de su hermano Santiago, que les llevó a ser calificados de hijos del trueno.

Pero, a la vez, está dotado de un espíritu sensible. Tuvo que recorrer un largo camino para hacerse amable y corregir su propensión al enojo, a la explosión. Estuvo junto a Jesús en los momentos de mayor intimidad y en los más amargos sufrimientos.

 José Luis Martín Descalzo, en una de sus obras nos lo describe como: el hermano menor de Santiago. Hay en toda su alma un aire de juventud y de frescura virginal, pero mostrará, a la hora de la pasión, un coraje muy superior al de todos sus compañeros. Es hijo de mejor familia que los demás, probablemente bastante más culto. Tienen los suyos relaciones con familias sacerdotales y, durante el juicio de Jesús, le veremos entrar con naturalidad en la casa del sumo sacerdote.

Cristo le considerará —él al menos se lo llama a sí mismo seis veces en su evangelio— «el discípulo amado». Y Jesús mostrará con descaro esta predilección, dejándole reposar la cabeza sobre su pecho durante la última cena. Y será este amor por el maestro lo que le llevará a ser el único al pie de la cruz, para recibir allí la más sagrada de las herencias: la custodia de María, su madre. Su evangelio le mostrará como un enamorado de la luz y de la verdad.

  En la imagen reconocemos fácilmente el rostro juvenil del apóstol. También vemos un aspecto cuidado, una mirada segura que nos transmite el espíritu decidido del hijo del trueno y al evangelista que escribió las más brillantes páginas sobre el amor de Dios.

 

 
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